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Saturday, January 02, 2010

Sartre: defendiendo la vida

Leyendo una obra de teatro, escrita por Sartre, 'Barioná, hijo del trueno', encuentro la apología de una madre a favor de la vida de su propio hijo aún no nacido. El contexto es el siguiente: Barioná, jefe de un pueblo llamado Bethsur, decreta la prohibición de tener hijos, cuando se ve sorprendido por su propia esposa, Sara, quien le anuncia que está encinta. Barioná le dice que no quiere al hijo y que acaba de prohibirlo al pueblo…

SARA — Yo... Venía a anunciarte..., ¡oh, Barioná!, me acabas de maldecir: has maldecido mi vientre y el fruto de mi vientre.


BARIONÁ — ¿No querrás decir que...?


SARA — Sí.
Estoy embarazada, Barioná. Venía a hacértelo saber, estoy embarazada de ti.

BARIONÁ — ¡Ay!

EL CORO — ¡Ay!

SARA — Has entrado en mí y me has fecundado y yo me he abierto a ti y hemos rezado juntos a Jehová para que nos diese un hijo. Y hoy que lo llevo dentro de mí y que nuestra unión ha sido por fin bendecida, me rechazas y ofreces nuestro hijo a la muerte. Barioná, me has mentido. Me has poseído y me has hecho sangrar y he sufrido sobre tu cama y he aceptado todo porque creía que tú querías un hijo. Pero ahora veo que me mentías y que buscabas simplemente tu placer. Y todas las alegrías que mi cuerpo te ha dado, todas las caricias que te he dado y he recibido, todos nuestros besos, todos nuestros abrazos, yo, a mi vez, los maldigo.

BARIONÁ — ¡Sara! No es verdad, no te he mentido. Quería un hijo. Pero hoy he perdido toda esperanza y toda fe. Es por este niño que tanto he deseado y que llevas dentro de ti por lo que no quiero que nazca. Es por él. Ve al hechicero, te dará unas hierbas y quedarás estéril.

SARA — Barioná, te lo suplico.

Barioná — Sara, soy señor del pueblo y dueño de la vida y la muerte. He decidido que mi familia se extinguirá conmigo. Ve. No hay vuelta atrás; él habría sufrido y te habría maldecido.

SARA — Aunque tuviese la seguridad de que me traicionaría, de que él moriría en la cruz como los ladrones y aunque me maldijera, incluso así, le traería al mundo.

BARIONÁ — Pero, ¿por qué? ¿Por qué?

SARA — No lo sé. Acepto por él todos los sufrimientos que va a padecer aunque sé que yo los sentiré también en mi propia carne. No hay una espina en su camino que pueda clavarse en su pie sin clavarse también en mi corazón. Sangraré a borbotones por sus dolores.

BARIONÁ — ¿Y crees que los aligerarás con tu llanto? Nadie podrá padecer por él sus sufrimientos: para sufrir y para morir se está siempre solo. Incluso si estuvieras al pie de su cruz, él estaría solo sufriendo su agonía. Es por tu alegría por lo que le quieres dar a luz, no por la suya. No le amas lo suficiente.

SARA — Le amo ya, tal y como puede ser. A ti, te elegí entre todos, vine a ti porque eras el más hermoso y el más fuerte. Pero aquél a quien espero no lo he elegido y, sin embargo, lo espero. Le amo por adelantado, aunque sea feo, aunque sea ciego. Aunque vuestra maldición lo cubra de lepra, amo por adelantado a este niño sin nombre y sin cara, a mi niño.

BARIONÁ — Si le amas, ten compasión de él. Déjale dormir el sueño tranquilo de los no nacidos. ¿Quieres darle como patria una Judea esclavizada? ¿Por morada esta roca helada y ventosa? ¿Por cobijo este montón de arcilla agrietada? ¿Por compañeros estos viejos amargados? ¿Y por familia nuestra familia deshonrada?

SARA — Quiero darle también el sol y el aire fresco y las sombras violetas de las montañas y la risa de las niñas. Te lo ruego, deja que nazca un niño, deja que el mundo tenga, de nuevo, una oportunidad.

BARIONÁ — ¡Cállate! Es una trampa. Siempre creemos que hay una oportunidad más. Cada vez que se trae a un niño al mundo creemos que le damos una oportunidad, y no es cierto. Los naipes están marcados de antemano. La miseria, la desesperanza, la muerte, le esperan en cada esquina.

SARA — Barioná, estoy ante ti como una esclava ante su señor y te debo obediencia. Sin embargo, sé que te equivocas y que haces mal. No conozco el arte de la oratoria y no encontraría ni las palabras ni las razones que pudieran confundirte. Pero en tu presencia tengo miedo: estás ahí, rebosante de orgullo y de mala voluntad como un ángel rebelde, como el Ángel de la desesperación, pero mi corazón no está contigo.


Apología de la vida de un no nacido, de la pluma de Sartre. Un amigo, Enrique G dela G., calificó alguna vez este diálogo como «Un duelo de esgrima antropológica acaece entonces entre los cónyuges: argumentos para abortar al niño se estrellan contra la alegría anticipada de Sara, de cualquier madre, de toda madre, y contra el amor por su criatura». Más adelante, en boca de Baltazar, el rey mago, Sartre nos mostrará una apología de la esperanza… Sin más, la lectura de esta obra resulta una delicia para este tiempo de Navidad.

1 comment:

a.o. said...

Wow, qué dramático diálogo! Me gustó mucho. ¿Beityala?

Pd. ingspto